febrero 12, 2012

Escenas de un día cualquiera en la ferretería de los poetas

Al infinito ida y vuelta
Por: Ernesto Alaimo (www.ernestoalaimo.blogspot.com)

Escenas de un día cualquiera en la ferretería de los poetas

Un señor calvo, algo gordo, entró con aire preocupado.
–Buen día. ¿Tenés adjetivos para soldadora?
–¿Qué tiene que soldar?
–Mirá –dijo luego de un fuerte suspiro–. Tengo un sustantivo, que trae el hilo de la frase, ¿no?
Es “aprendizaje”. Y después viene “`por tus manos”, que son las que enseñan, ¿me seguís? Y
tengo que soldar el aprendizaje con las manos, con un adjetivo, de tres sílabas, que dé a entender
que el aprendizaje lo dieron las manos.
–¿Probó con brindado, creado, etcétera?
–Sí… sí… pero no, no sirve eso, es muy flojo, traté y se despegaban a los diez segundos, y se
me cortaba todo el hilo de la estrofa. No: yo necesito algo fuerte, intenso, que los suelde bien,
¿entendés? Tengo una soldadora de ésas de antes, ¿viste? Y vos le ponés uno de esos adjetivos
berretas y no te los agarra. Por poco se me arruina cuando le puse ofrecido. Entraba, como antes
va “aprendizaje”, ¿no?
–Espéreme un segundito que busco.
Durante la espera al cliente se le fue hinchando una vena del lado derecho de la frente.
–Aquí están. Tengo prendado, labrado (no sé si es compatible con tu soldadora), gestado,
trabado, tramado, rendido, enredado, reunido, enlazado. De otra marca hay: tallado, bordado,
calado, esculpido, grabado… No sé si alguno le sirve. Si no, tengo de la línea surrealista, que
sueldan pero en arquito, ¿vio?, como dando un rodeo, un brinco en el hilo y vuelve, y ahí sigue
derecho nomás.
–¿De ésos qué tenés?
–A ver: tengo tendido, tragado, cromado, soplado, bramado, arropado, cansado, ensopado,
parlado, tronchado, limado, lanzado… bueno, hay más. Están mezclados con los lunfardos,
ahora que veo. Uno especial, de mejor calidad en esta línea, que es un poco más caro, y le traería
quizá problemas con la métrica, es vomitado.
–No, no, dejá, no me sirve eso. No, yo busco más para este lado…
Se quedó en silencio, cavilando, rumiando mentalmente cada vocablo ofrecido, especulando
sobre su buen o mal funcionamiento.
–No, che, sabés que me parece que ninguno va a andar, no sé… Bueno, dejame que lo piense,
y en todo caso vuelvo, ¿eh?
–No hay problema.
Antes de que el hombre saliera, el empleado, que se había quedado pensando, lo detuvo:
–Disculpe, señor: ¿no probó con soldado?
–¿Cómo dice?
–Claro: “aprendizaje soldado por tus manos”. ¿Eso no le sirve?
El hombre masticó unos instantes el adjetivo, y le gustó.
–Ahí está… –empezó a repetir con creciente alegría y volumen. Al fin, rió a carcajadas. Cuando
se le pasó, le pidió un “soldado”, con una sonrisa soldada en el rostro.
El empleado anotó la palabra en un papel al que puso el sello de la ferretería.
–¿Cuánto le debo, amigo?
–No, deje, no es nada. No está en la lista de precios. Después me invita una observación.
¿Quedamos así?
–¡Pero cómo no! ¡Nos vemos! –dijo yéndose.
–Que tenga un buen poema

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