enero 24, 2013

Cuento ¿Amar o depender?

¿Amar o depender?

Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte.
Aristócratas y adinerados señores habían  llegado de todas partes para ofrecer sus
maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y  tronos conformaban los obsequios para conquistar a  tan especial criatura.

Entre los candidatos se encontraba un joven  plebeyo, que no tenia mas riqueza que amor y
perseverancia.  Cuando le llego el momento de hablar, dijo:  Princesa, te he amado toda mi vida.  Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para  darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de  amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana,  sin mas alimentos que la lluvia y sin mas ropas  que las que llevo puestas. Esa es mi dote..."

La princesa, conmovida por semejante gesto de  amor, decidió aceptar: Tendrás tu oportunidad:  Si pasas la prueba, me desposaras".

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente  estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas.

Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su  amada, el valiente vasallo siguió firme en su
empeño, sin desfallecer un momento. De vez en  cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir  la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble  gesto y una sonrisa, aprobaba la faena.

Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos  optimistas habían comenzado a planear los festejos.  Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de  zona habían salido a animar al próximo monarca.

Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto,  cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo,  ante la mirada atónita de los asistentes y la  perplejidad de la joven princesa, se levanto y sin dar  explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.

Unas semanas después, mientras deambulaba por  un solitario camino, un niño lo alcanzo y le preguntó
¿Qué fue lo que te ocurrió? ...
Estabas a un paso de lograr la meta...
¿Por qué perdiste esa oportunidad?...
¿Por qué te retiraste?...

Con profunda consternación y algunas lagrimas mal  disimuladas, contestó en voz baja: "Si ella no me  ahorro un día de sufrimiento... Ni siquiera una hora,  es porque no merecía mi amor".
El merecimiento no siempre es egolatría sino  dignidad.

Cuando damos lo mejor de nosotros  mismos a otra persona, cuando decidimos compartir  la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en  par y desnudamos el alma hasta él ultimo rincón,  cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos  dejan de serlo, al menos merecemos comprensión.

Que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca  fríamente el amor que regalamos a manos llenas es  desconsideración o, en el mejor de los casos,  desinterés o ligereza. Cuando amamos a alguien  que además de no correspondernos desprecia nuestro  amor y nos hiere, estamos en el lugar equivocado.

Esa persona no se hace merecedora del afecto que  le prodigamos. La cosa es clara: si no me siento  bien recibido en algún lugar, empaco y me voy.
Nadie se quedaría tratando de agradar y  disculpándose por no ser como les gustaría que fuera.

No hay vuelta de hoja: en cualquier relación de  pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y  menos aun, quien te lastime. Y si alguien te hiere  reiteradamente sin "mala intención", puede que te  merezca pero no te conviene. ¡Retirarse a tiempo  con la satisfacción de haber dado lo mejor de  nosotros mismos no tiene precio!

Walter Riso.
 


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